CRÍTICA DEL MUNDO METAFÍSICO: LA VERDAD COMO METÁFORA.


CRÍTICA DEL MUNDO METAFÍSICO: LA VERDAD COMO METÁFORA.


Trabajo realizado por alumnado del centro del que se omite su nombre en cumplimiento de la ley de protección de datos.

Para un desarrollo adecuado de la temática de la redacción creemos importante responder a las siguientes cuestiones: ¿qué es la realidad?, ¿qué entiende Nietzsche ante el llamado “mundo verdadero”?, ¿por qué es tan rigurosa la crítica hacia el mundo metafísico?, ¿qué se entiende por el concepto verdad?, ¿frente a qué tipo de filosofía reacciona Nietzsche? Dicho esto, comenzaremos por explicar el tema de la redacción sirviéndonos de lo que precede al mundo metafísico para poder así lograr la comprensión de este.
En primer lugar, antes de abordar el tema propuesto creo necesario aclarar, a grandes rasgos, el pensamiento de Nietzsche. El filósofo alemán, si así se le puede llamar, pues está en contra de los filósofos, postula en el Crepúsculo de los ídolos, el hundimiento de la metafísica occidental y en general de toda la cultura. Esto es, que las bases sobre las que se sustenta la sociedad occidental se demuestran falsas. Esto ocurre, según nuestro autor, debido a que la piedra angular de Occidente, la razón, niega el movimiento, que es al fin y al cabo para él, la única verdad.
Ante todo Nietzsche afirma el carácter irracional del mundo y acusa a la filosofía occidental de ser la principal manipuladora de nuestra experiencia de la realidad, así como la gran mentira que se instaló en nuestra sociedad desde el origen de los tiempos. La realidad se nos presenta como caos, como diferencia, nada hay igual, eterno y permanente en ella. La realidad no es, deviene y lo que deviene no es, y lo que es, no deviene. Su aliento constante hace que todo se renueve a cada instante. Lo explicaremos con un ejemplo: si observamos un bosque caducifolio, integrado por árboles de esta misma especie, de dicho árbol nunca podremos percibir la misma hoja porque no hay una misma hoja, esta se renueva cada año, y tal y como lo hace la hoja todo lo existente se renueva cada aquí y ahora, como también se renueva nuestra forma de percibir la realidad. Es más, los sentidos que la perciben tienen la misma variación. Concluimos así que la realidad es un enigma indescifrable, que hace que cualquier intento de descifrarla esté destinado al fracaso. La realidad es inaccesible al conocimiento humano, podemos experimentarla, pero no conocerla.
Sabiendo que lo real es el devenir, ¿cómo podemos soportar un mundo sin orden o sin certeza? Como odiamos todo enigma ya que nos desconcierta, nos instala en el caos y la vulnerabilidad, hemos recurrido a la supuesta certeza que nos aporta la cultura occidental. Sócrates y Platón inventaron ese mundo perfecto para la razón, habitado por ideas inmutables, eternas, perfectas, ejemplares, verdaderas y reales,  y frente a este mundo  que calificaron erróneamente de auténtico juzgaron el de los sentidos como mundo de percepciones, mutables, perecederas, imperfectas, semejantes, falsas y aparentes. Así lo experimentado pasó a ser falso y lo no experimentado y creado por la razón verdadero.  Ese mundo inmutable es lo que conocemos como metafísica. De esta manera hemos duplicado el mundo dividiéndolo en el mundo del devenir (apariencia) y el mundo del ser (auténtico).
Ante la insistencia de los filósofos por defender la prioridad del mundo verdadero frente al aparente, responderá Nietzsche que solo hay devenir. Lo aparente lo puedo experimentar, pero lo “verdadero”, no es más que una construcción de la razón. Por lo tanto, desenmascarado el “mundo verdadero”, reconvertido en una creación fantasmal humana, la única realidad que nos queda es el llamado “mundo aparente”, es decir, el del devenir. Un devenir sin intención final, carente de meta y privado de sentido. Por esta razón más que de mundo real, deberíamos de hablar de mundo experimentable. Así, por ejemplo, sólo sabe de la dureza de una piedra aquel que la toca; no conocemos la dureza, la experimentamos. La razón ha inventado el “mundo verdadero” a su imagen y necesidad, para mantenerse en la vida, y por miedo al caos; es antropomórfico y, como tal, propio del mito. El hombre, incapaz de afrontar el caos del devenir tal cual, en su cambio y multiplicidad radicales, no ha dudado en crear un mundo absurdo, inhumano, amoral y caótico. Ha negado y encubierto todo lo que le inquieta y lo ha reducido a unos pocos elementos.
Una vez aclaradas las ideas ya mencionadas nos centraremos en el tema principal de nuestra redacción, siendo este la crítica nietzscheana al mundo metafísico. La invención y la ficción son las poderosas armas del intelecto para crear un mundo apto para la vida fatigada. La principal “herramienta” que este intelecto emplea para lograrlo es el lenguaje. El resultado de siglos de lenguaje tiene como consecuencia la dificultad de percibir el cambio. De tal manera que la fe en la gramática del lenguaje permite creer en un “mundo verdadero”, ya que el lenguaje llena la realidad de sustancias, sujetos, causas-efectos, identidades, etc.… que en ningún caso experimentamos. Permite una metafísica popular que, trabajada por los filósofos momia (imputados por falsificadores, pues simplifican la realidad, reducen el devenir y lo solidifican) acaba elaborando los mundos metafísicos. Para que se entienda mejor pondremos un ejemplo utilizado por el mismo Nietzsche: digo en la noche de tormenta: “el relámpago brilla”. Suena como algo obvio y que se corresponde sin duda con lo experimentado. Pero si analizamos con detalle lo que estamos diciendo veremos que no se corresponde con lo experimentado, sino con un mundo metafísico. Estoy duplicando la realidad, pues diferencio el relámpago del brillo y además afirmo que hay una sustancia, el relámpago, que genera un efecto que es el brillo. El resultado que se obtiene es que he convertido un acontecer que me han ofrecido los sentidos en un mundo con sustancias (cosas) y con causas y efectos. Bajo el imperio de las categorías lingüísticas no nos percatamos de que relámpago y brillar forman parte de una misma acción acaecida, la experiencia sola no puede separar el relámpago del brillo, ni puede percibir la causa diferenciada del efecto. Ya Hume había defendido que no podemos afirmar que entre una primera impresión causa y otra que le sigue efecto haya una conexión necesaria ya que no tenemos impresión sensible de tal necesidad. La metafísica del pueblo, es decir, la gramática del lenguaje nos hace creer que toda acción tiene detrás un sujeto, un agente, cuando lo único que existe es la acción, el devenir. Concluimos en que un acontecimiento ni está causado ni es causante. Causa es un poder de producir efectos inventados para ser añadido al acontecimiento. Del mismo concepto de causa no fue capaz de desprenderse ni Descartes que pretendió someter a crítica toda la filosofía anterior. 
 En efecto, Descartes intuye que se piensa y su intelecto consigue así una primera certeza metafísica (verdad indudable). Apoyándose en el lenguaje, afirma: se piensa, por lo tanto hay algo pensante, ese algo soy yo, en consecuencia yo pienso, luego yo existo. Ahora bien del acontecer “se piensa” lo único que puede extraerse es que hay un pensamiento, que detrás de ese pensamiento haya un yo, que lo produce, aunque apoyado en el lenguaje, no es más que una cuestión de fe o de necesidad de creer en un mundo con razón y sentido. Si Descartes no hubiera tenido miedo al devenir, nunca hubiera realizado tal descubrimiento. Entre los elementos lingüísticos que permiten construir mundos artificiales podemos señalar: el término “yo”, su uso me convence de que existe un sujeto. En segundo lugar la gramática del verbo ser, verbo que habla de la esencia de las cosas, que fomenta la idea de la existencia de identidades con rasgos permanentes. En tercer lugar la estructura sujeto-predicado, facilita la diferenciación entre un sujeto (causa) y su producto (efecto), como hemos visto en el ejemplo del relámpago. Y por último la polisemia y la sinónima que con ello sometemos lo individual a lo universal, tratamos lo parecido como si fuera igual, aunque nada hay igual.
Una filosofía que intente hablar del devenir tendrá que violentar la metafísica popular, o dada la dificultad para escapar del lenguaje, saber como mínimo dónde están las trampas para no enredarnos en ellas. De la misma forma que lo hizo Hume, Nietzsche pone en entredicho todo el mundo metafísico creado por Occidente y lo reduce a palabrería hueca.
Todos estos pensadores occidentales son unos farsantes que crean esta nueva realidad, no en respuesta de su anhelo de verdad, sino a una necesidad fisiológica mucho más mísera: el miedo. Son unos seres cobardes que viven en el autoengaño. Determinamos así que las ilusiones metafísicas no aumentan nuestro conocimiento del mundo, pero nos ayudan a adaptarnos a él y nos consuelan en nuestros fracasos de adaptación, no tienen valor cognoscitivo pero si valor adaptativo. Son soluciones locales para vivir más tranquilos y más confiados, de manera gregaria.
No hay verdad porque no hay mundo verdadero-metafísico; sólo hay interpretaciones diversas, multitud de perspectivas todas ellas igualmente válidas porque ninguna responde a la verdad, sino a la singular experiencia que cada uno mantiene con la realidad mutable que se le presenta. Quien pregunta “¿qué es la verdad?”, está queriendo preguntar, “¿dónde está el refugio anti-devenir?” La única verdad que puede alcanzar el ser humano sin mentirse a sí mismo es la verdad de estar condenado eternamente a la no-verdad. Una interpretación que cuenta al menos con tres influencias subjetivas son el aparato sensorial, junto a las vivencias (lo que ya hemos experimentado) y los impulsos. Según Nietzsche no es la verdad o falsedad de los juicios lo que importa, sino saber hasta qué punto el juicio sobre la verdad favorece la vida, conserva la vida.
Cabe razonar ahora por qué reacciona Nietzsche ante la cultura Occidental, la cual se encuentra en decadencia. Según él, es necesario indagar en el pasado. Observamos, pues, que el origen está en el momento en que los filósofos niegan la verdad de la vida y se decantan por la razón. Desde el abandono de la tragedia por parte de Platón y Sócrates, hasta el renacentista Descartes, los filósofos han optado por encerrar el mundo en la razón. Intentan captarlo todo y buscar la verdad mediante métodos racionalistas, negando así lo que Nietzsche cree como única verdad, el devenir. Además, los valores y creencias de esta sociedad serán erróneos. Desde la democracia y la religión, hasta la moral, toda la cultura es errónea. Si para el alemán, las máximas son potenciar la vida, saber aguantar el dolor y actuar en cada momento conforme a nuestras apetencias; la cultura occidental propone todo lo contrario.

En conclusión, Nietzsche habla, ante todo lo expuesto de la caída de la cultura occidental. De esta forma, con su irracionalidad pretende mostrar que la única realidad es aquello experimentable siendo lo real el devenir. Frente a esto concluye en que no hay verdad porque no hay mundo verdadero-metafísico, todas las perspectivas son válidas. Aquel que intente conocer la verdad será por miedo al caos, al enigma y además estará condenado al fracaso. La única verdad capaz de alcanzar el ser humano es la no-verdad.

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