Nietzsche. Crítica del mundo metafísico.


 Nietzsche. Crítica del mundo metafísico.



Trabajo realizado por alumnado del centro del que se omite su nombre en cumplimiento de la ley de protección de datos.


Para un desarrollo adecuado de la temática de la redacción creemos importante responder a las siguientes cuestiones: ¿falsifica la metafísica la realidad del devenir al crear conceptos tales como sustancia y accidentes o causa  y efecto?, ¿respectó la filosofía de Descartes el carácter dinámico de la realidad?, ¿el lenguaje que habitualmente utilizamos nosotros y la ciencia es apto para referirnos al carácter cambiante de lo real? En definitiva:  ¿qué es real y qué es aparente? 

A continuación comenzaremos por explicar el tema de la redacción sirviéndonos de un ejemplo: en la noche de tormenta: ‘’el relámpago brilla’’. Suena como algo obvio y que corresponde sin duda con lo experimentado. Pero si analizamos con detalle lo que estamos diciendo veremos que no se corresponde con lo experimentado, sino con un mundo metafísico. Estoy duplicando la realidad, pues diferencio el relámpago, del brillo y, además, afirmo que hay una sustancia, el relámpago, que genera un efecto, que es el brillo. Resultado: he convertido un acontecer que me han ofrecido los sentidos en un mundo con sustancias (cosas) y con causas y efectos. Bajo el imperio de las categorías lingüísticas no nos damos cuenta de que relámpago y brillar forman parte de una misma acción acaecida, la experiencia propia no puede separar el relámpago del brillo, ni puede percibir la causa diferenciada del efecto. La metafísica del pueblo, la gramática, nos hace creer que toda acción tiene detrás un sujeto, un agente, cuando lo único que existe es la acción. Un acontecimiento ni está causado ni es causante. ‘’Causas’’ es un poder de producir efectos, inventado para ser añadido al acontecimiento.

Descartes intuye que se piensa y su intelecto consigue así una certeza metafísica que se convierte en raíz de toda filosofía. Apoyándose en el lenguaje, en la idea de que tras toda acción hay un sujeto que afirma: se piensa, por lo tanto, que hay algo pensante, ese algo soy yo, en consecuencia yo pienso, luego existo. Ahora bien, del acontecer ‘’ se piensa’’, lo único que puede extraerse es que hay pensamiento. Que detrás de ese pensamiento haya un yo que lo produce, aunque apoyado en el lenguaje, no es más que una cuestión de fe o de necesidad de creer en un mundo con razón y sentido. Si Descartes no hubiera tenido miedo al devenir, nunca hubiera realizado tal descubrimiento. ¿Quién me dice que soy yo el que piensa? La existencia del vocablo ‘’yo’’ nos permite afirmar que me refiero a un sustrato invariable e idéntico de toda una serie de experiencias y aconteceres diferentes.

A continuación pasaremos a la lingüística y los elementos de ella que nos permiten construir mundos artificiales: el término ‘’yo’’, convence de que existe un sujeto, cuando el sujeto individual no es ninguna sustancia, ningún núcleo racional unitario, sino una pluralidad de fuerzas y una diversidad de personajes que se suceden o coexisten; la gramática del verbo ser nos muestra que en nuestro lenguaje son fundamentales las frases con el verbo ser, verbo que parece hablar de la esencia de las cosas, que fomenta la idea de la existencia de entidades con rasgos permanentes, de sustancias. Si digo el árbol X es verde, tomo el árbol como sustancia y el verdor como accidente, de tal forma que ante un nuevo acontecer: el árbol X es negro la sustancia permanece y el accidente cambia. Es decir, le quito la importancia a las diferencias experimentales (vivo, muerto; da sombra o no…), las obvio, simplifico la realidad y la hago permanente. Por otra parte, la mayoría de las frases de nuestro lenguaje tienen forma sujeto-predicado, necesaria para un juicio con sentido. Por eso esta estructura, además de mantener la idea de que en el mundo existen cosas, permite pensar la realidad en estructuras de causa-efecto, pues facilita diferenciación entre un sujeto agente y su producto, como hemos visto en el ejemplo de relámpago. Además, con el lenguaje hablamos de distintas cosas mediante las mismas palabras, realizando combinaciones de sinonimia y polisemia. Con ello alimentamos las semejanzas e identidades entre ellas. Sometemos lo individual a lo universal, tratamos lo parecido como si fuera igual, aunque nada hay igual. Unimos aconteceres muy diferentes acogiéndonos a similitudes marginales e ignorando grandes diferencias (por ejemplo llamamos al caballito de mar y al pez martillo, como si participaran de una sustancia en común). Ni con los verbos expresamos el devenir o el cambio. Con los verbos como correr se igualan acciones tan diversas como el ‘’correr’’ de un coche, de un atleta o del agua del río. Naturalmente, el reducir la realidad a unos pocos conceptos iguales para todos nos simplifica la vida, nos la hace más cómoda y segura, pero nada tiene que ver con la realidad. Es solo una opción vital, la opción por un determinado modelo de vida: la del metafísico, una especia improductiva, fatigada de la vida.

Una filosofía que intente hablar del devenir tendrá que violentar la metafísica popular con un nuevo estilo, un nuevo lenguaje. O, dada la dificultad para escapar del lenguaje, saber como mínimo donde están sus trampas para no enredarnos en ellas. Nietzsche pone en entredicho todo el mundo metafísico creado por occidente y lo reduce a palabrería hueca. Mediante la razón lógica y el lenguaje gramatical, el mundo reduce su complejidad, se vuelve más calmado, más sosegado. Apoyándonos en instancias que merezcan nuestra confianza podemos sobreponernos al exceso de realidad, al devenir caótico, pero no alcanzamos ninguna otra realidad, sino un mundo fabulado a nuestra medida.

En conclusión, el concepto no es más que un aniquilamiento de la singularidad de cada  realidad, una representación general de una realidad que es individual. Prescinde, por tanto, de toda diferencia individual. De este modo el lenguaje contribuye decisiva y sutilmente a afianzar ese engaño metafísico acerca de la realidad. Recuperar el sentido de lo real exige, por lo tanto, recuperar simultáneamente el sentido, el valor de la palabra.

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