El ocaso de los ídolos. La razón en filosofía. Aforismos 1-6
El
ocaso de los ídolos. La razón en filosofía. Aforismos 1-6
1
¿Que
qué es lo que pertenece a la idiosincrasia del filósofo?... Pues,
por ejemplo, su carencia de sentido histórico, su odio a la idea
misma de devenir, su afán de estaticismo egipcio. Los filósofos
creen que honran algo cuando lo sacan de la historia, cuando lo
conciben desde la óptica de lo eterno, cuando lo convierten en una
momia. Todo lo que han estado utilizando los filósofos desde hace
miles de años no son más que momias conceptuales; nada real ha
salido con vida de sus manos. Cuando esos idólatras adoran algo, lo
matan y lo disecan. ¡Qué mortalmente peligrosos resultan cuando
adoran! Para ellos, la muerte, el cambio, la vejez, al igual que la
fecundación y el desarrollo constituyen objeciones, e incluso
refutaciones. Lo que es, no deviene; lo que deviene, no es ...
Ahora bien, todos ellos creen, incluso de una forma desesperada, en
lo que es. Pero como no pueden apoderarse de lo que es, tratan de
explicar por qué se les resiste. «Si no percibimos lo que es, debe
tratarse de una ilusión, de un engaño... ¿Quién es el que engaña?
¡Ya está!, exclaman alegres: ¡es la sensibilidad! Los sentidos,
que son tan inmorales también en otros aspectos, nos engañan
respecto al mundo verdadero. Moraleja: hay que librarse del engaño
de los sentidos, del devenir, de la historia, de la mentira. La
historia no es más que dar un crédito a los sentidos, a la mentira.
Moraleja: hay que negar todo lo que da crédito a los sentidos, a
todo el resto de la humanidad; todo ello es «vulgo». ¡Hay que ser
filósofo, ser momia, representar el monótono teísmo con mímica de
sepulturero! Sobre todo, hay que rechazar esa lamentable idea fija de
los sentidos que es el cuerpo, sometido a todos los errores lógicos
posibles, cuya existencia no sólo ha sido refutada, sino que resulta
imposible, pese a que el muy insolente actúa como si fuera real...»
2
Dejo
al margen, con profundo respeto, el nombre de Heráclito. Mientras
que el resto de la comunidad de los filósofos rechazaba el
testimonio de los sentidos porque éstos perciben el mundo en
términos de multiplicidad y de cambio, él rechazó su testimonio
porque perciben el mundo en términos de permanencia y de unidad.
También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no mienten ni
como pensaban los eleatas ni como creía él; no mienten en modo
alguno. Lo que hacemos con su testimonio es lo que introduce la
mentira, por ejemplo, la mentira de la unidad, la mentira de la
coseidad, de la sustancia, de la permanencia. La causa de que
falseemos el testimonio de los sentidos no es otra que la «razón».
Los sentidos no mienten cuando nos muestran que todo deviene, parece,
cambia... Pero Heráclito tendrá eternamente la razón al defender
que el ser es una ficción vacía. No hay más mundo que el
«aparente»: el «mundo verdadero» no es más que un añadido
falaz.
3
¡Y
qué delicados instrumentos de observación son para nosotros los
sentidos! Pensemos, por ejemplo, en la nariz algo de lo que ningún
filósofo ha hablado aún con veneración y agradecimiento, pese a
haber sido hasta hoy el más sensible de todos los instrumentos que
están a nuestro alcance. Puede captar unas diferencias tan pequeñas
de movimiento que ni un espectroscopio registraría. Si hoy tenemos
ciencia, es en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el
testimonio de los sentidos, en que hemos aprendido a aguzarlos más,
a robustecerlos, a pensar de acuerdo con ellos hasta el final. Lo
demás no es sino un aborto, que o no llega a la categoría de
ciencia —como en el caso de la metafísica, de la teología, de la
psicología, de la teoría del conocimiento—, o que es ciencia
formal, teoría de los signos, como la lógica, y la lógica
aplicada, como las matemáticas. En ellas la realidad no hace acto de
presencia ni como problema; ni siquiera se cuestiona qué valor puede
tener en general ese sistema conceptual de signos que es la lógica.
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Hay
otra cosa que pertenece a la idiosincrasia del filósofo, no menos
peligrosa: la de confundir lo último con lo primero. Ponen al
principio, como principio, lo que viene al final —por desgracia,
porque no debería venir nunca—: los «conceptos supremos», es
decir, los más generales, los más vacíos, el último humillo de la
realidad que se evapora. Esto no es, una vez más, sino una
manifestación de la forma que tienen de venerar. Lo superior no
puede provenir de lo inferior, no puede provenir de nada... Moraleja:
todo lo que es de primer orden tiene que causarse a sí mismo. Se
considera que provenir de algo distinto constituye una objeción,
algo que pone en entredicho su valor. Todos los valores supremos son
de primer orden; ninguno de los conceptos supremos, como el ser, lo
absoluto, el bien, la verdad, la perfección, puede provenir de algo;
en consecuencia, tiene que causarse a sí mismo. Pero todas estas
cosas no pueden ser desiguales entre sí, ni estar en contradicción
consigo mismas. Con esto, los filósofos disponen de su estupendo
concepto de «Dios»... Lo último, lo más liviano, lo más vacío
es situado como lo primero, como lo que se causa a sí mismo, como el
ente realísimo. ¡Qué triste es que la humanidad haya tenido que
tomar en serio los dolores de cabeza de esos enfermos fabricantes de
telarañas! ¡Y a qué precio lo han hecho!
5
Terminemos
contraponiendo a esto la forma tan diferente como nosotros entendemos
el problema del error y de la apariencia (y hablo en plural por pura
cortesía). Antaño se consideraba que la variación, el cambio, el
devenir en general constituía una prueba de que lo que está
sometido a ello es algo aparente, como el signo de que en ello
hay algo que nos induce a error. Hoy, por el contrario, en la
medida exacta en que el prejuicio de la razón nos impulsa a conceder
unidad, identidad, permanencia, sustancia, causa, coseidad, ser, nos
vemos de algún modo atrapados en el error; necesitamos el error;
aunque, en base a una rigurosa comprobación estemos íntimamente
convencidos de que ahí radica el error. Con esto sucede igual que
con los movimientos de las grandes constelaciones: en éstos el error
tiene a nuestros ojos como constante defensa; en lo otro, el abogado
defensor es nuestro lenguaje. Por su origen el lenguaje pertenece a
otra época de la forma más rudimentaria de la psicología: caemos
en un fetichismo grosero cuando tomamos conciencia de los supuestos
básicos de la metafísica del lenguaje, o, por decirlo más
claramente, de la razón. Ese fetichismo ve por todos los lados a
gentes y actos: cree que la voluntad es la causa en general; cree
en el «yo», que el yo es un ser, una sustancia, y proyecta sobre
todo la creencia en el yo como sustancia. Así es como crea el
concepto de «cosa». El ser es añadido mediante el pensamiento y se
le introduce subrepticiamente en todas las cosas como causa; el
concepto de «ser» se sigue, deductivamente, del concepto de «yo»...
A la base está ese enorme y fatídico error de que la voluntad es
algo que produce efectos, de que la voluntad es una facultad. Hoy
sabemos que no es más que una palabra... Mucho más tarde en un
mundo mil veces más ilustrado, los filósofos tomaron conciencia muy
sorprendidos de la seguridad y de la certeza subjetiva en el manejo
de las categorías de la razón; sacaron entonces la conclusión de
que tales categorías no podían proceder de algo empírico; todo lo
empírico, decían, está efectivamente en contra de ellas...
¿De
dónde proceden, pues? Tanto en la India como en Grecia se cometió
el mismo error: «debemos haber vivido ya antes en un mundo superior
(en lugar de decir en un mundo inferior, lo que habría sido cierto);
debemos haber sido seres divinos, ya que tenemos la razón.»
Realmente, nada ha tenido hasta hoy un poder de convicción más
ingenuo que el error relativo al ser, tal y como fue formulado por
los eleatas, por ejemplo. Cuenta a su favor con cada palabra, con
cada frase que pronunciamos. Incluso los adversarios de los eleatas
se rindieron al hechizo del concepto de ser que defendían aquellos:
entre otros, Demócrito, cuando inventó su átomo. ¡Esa vieja
embustera que es la razón se había introducido en el lenguaje!
Mucho me temo que no conseguiremos librarnos de Dios mientras sigamos
creyendo en la gramática...
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Creo
que se me agradecerá que condense una idea tan esencial y tan nueva
en cuatro tesis. De esta forma se me entenderá mejor y suscitará
las contradicciones.
Primera
tesis. Las razones por las que se ha considerado que «este» mundo
es aparente constituyen más bien el fundamento de su realidad;
cualquier otra forma de realidad resulta totalmente indemostrable.
Segunda
tesis. Las características que son atribuidas al «verdadero ser»
de las cosas son precisamente los rasgos distintivos del no ser, de
la nada; el «mundo verdadero» ha sido concebido a base de
contradecir el mundo real. Ese presunto «mundo verdadero» es en
realidad un mundo aparente por no ser más que una ilusión de óptica
moral.
Tercera
tesis. No tiene sentido inventar fábulas respecto a «otro» mundo
distinto a éste, siempre y cuando no estemos movidos por un impulso
instintivo a calumniar, a empequeñecer, a recelar de la vida. En
este caso nos vengamos de la vida imaginando con la fantasía «otra»
vida distinta y «mejor» que ésta.
Cuarta
tesis. Dividir el mundo en «verdadero» y «aparente», ya sea a la
manera del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en último término,
un cristiano perverso), no es más que un índice de vida
descendente. El hecho de que el artista valore más la apariencia que
la realidad no represente una objeción a esta tesis, habida cuenta
de que en este caso «la apariencia» equivale aquí también a la
realidad, sólo que seleccionada, reforzada, corregida. El artista
trágico no es un pesimista; afirma todo lo problemático y terrible;
es dionisiaco...
Cuestiones:
- ¿Por qué viven en el error los filósofos?
- Señala en el parágrafo dos y tres las diferencias entre sentidos y razón.
- ¿La mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la permanencia se elabora con los sentidos o con la razón?
- Trata de explicar la siguientes afirmación: “ninguno de los conceptos supremos, como el ser, lo absoluto, el bien, la verdad, la perfección, puede provenir de algo; en consecuencia, tiene que causarse a sí mismo”
- ¿En qué consiste el prejuicio de la razón?
- ¿Por qué el lenguaje es inadecuado para hablar de lo real?
- ¿Cuál es el mundo verdadero para Nietzsche y qué características tiene? ¿Cuál el falso y qué características tiene?
- Define los siguientes términos: lo que es, razón, sentidos, real, aparente.
- Sintetiza las ideas del texto mostrando en tu resumen la estructura argumentativa o expositiva del texto.
"Todos los caminos conducen a ¿quien sabe?" "A veces demasiada tranquilidad puede ponerte nervioso" Luis Manteiga Pousa
ResponderEliminarNunca pierdo los nervios...Siempre quedo con ellos Luis M. Pousa
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